Puntallana. Las Fiestas de San Juan

Las fiestas simbólicas del cambio de las estaciones, y en particular de los dos solsticios, se han celebrado desde los tiempos más arcaicos de la Humanidad, períodos de carácter extraordinario y sagrado: el de estío, 21 de junio, y el de invierno, 21 de diciembre. La fiesta de San Juan de Puntallana converge con el primero de estos y el Sol se convierte en un elemento mítico fundamental en este ideario popular tradicional. En Puntallana, las hogueras, la fuente de San Juan, el esplendor de sus campos cargados de frutos, eran los ingredientes galanes de una fiesta naturalista, a través de los cuales aparece palpablemente el viejo espíritu de la magia. La fiesta de San Juan es en la tercera noche del verano, cuando el sol en su marcha ascendente llega a la máxima latitud, al trópico de Cáncer; cuando tienen lugar los días más largos del año y las noches más cortas. Aunque las fiestas de San Juan se alejan cada vez más de su naturalismo primitivo, se adaptan a los elementos lúdicos que exige la nueva sociedad.
Los fuegos y los baños sanjuaneros tienen virtud para preservar a las personas de determinadas enfermedades, especialmente de las cutáneas: «Hasta San Juan, no te bañes en el mar, que te hace daño el agua». Si los días de San Juan, San Bartolo y de la Virgen de las Nieves, amanecía llenando, iba a ser un año completo, bueno hasta la próxima festividad. Sí, por el contrario, amanecía vaciando, iba a ser malo. El fuego de las hogueras, ardientes durante la noche de víspera de San Juan, es una alegoría al candente sol de junio. Saltar sobre las fogatas de esta noche, iluminada de milagros, obedece, sin saberlo, a un rito ancestral y pagano, con saltos rítmicos que parecen pasos de antiguas danzas. Las cruces las renovaban todos los años, y los ramos de vegetales secos se arrojaban a la hoguera. Los antiguos fervores por los agüeros amorosos, de las esperanzadoras costumbres de las mozas, hacía que se colocaran en Puntallana, debajo de la cama, tres papas para adivinar las cualidades de su marido. Si se seleccionaba la que estaba pelada, le iba a tocar un marido pobre, la que estaba a medio pelar, esposo de condición media, y la que estaba sin pelar, un consorte rico.
Uno de los eventos más esperados de la Fiesta era correr La Sortija, una evolución de los torneos medievales y de los antiguos juegos florales. A lomos de nobles brutos (mulos, burros o caballos), los intrépidos jinetes, puyón en mano, debían enhebrar las sortijas, que ondeaban en el aire, hilvanadas en cintas de colores, asidas de un poste atravesado horizontalmente, a dos metros de altura: «Ellos iban corriendo a caballo y tenían que lograr encestar el ganchito que llevaban de madera, del tamaño de un bolígrafo, en la sortija, que no tenía de diámetro más de un centímetro. Las mujeres solteras llevaban la cinta. El que enganchase el trocito de la cinta, se la llevaba; llegaba a la tribuna y le teníamos que dar nuestra cinta», una gran alegría cuando algún caballero conseguía la cinta de la mujer pretendida. Los paladines descabalgan de sus corceles, y entre aplausos del gentío subían al tablado, donde la dama, después de darle dos besos, le cruzaba sobre su torso la banda de color.
Los ritos relacionados con San Juan son al aire libre y tienen un espíritu de colectividad. La noche de San Juan, era, por excelsitud, la de la magia (conjuros, evocaciones y agüeros), preñada de misteriosas fuerzas taumatúrgicas. Las puntallaneras y puntallaneros, este día, en los labrantíos, montes y costas, recogían cuanto de sano y purificador existía en los elementos de la Naturaleza. El sereno de la noche de San Juan tenía propiedades medicinales y las curanderas recomendaban recoger las plantas curativas las mañanas de San Juan, que eran siete (curiosamente al igual que los Siete Cejos): la hierba de San Juan o hipérico (para espantar los demonios); romero (estimulante y purificador); hierbaluisa (protege de los engaños y del mal de amor); malva (ablanda los caracteres más duros); helecho (protege los hogares); hinojo (para evitar el mal de ojo) y retama (para alejar enfermedades). Toda la naturaleza y sus principios vitales eran fuente de salud durante la noche previa y la madrugada. Las gentes invocaban al Bautista contra el poder maligno de las brujas, contra sus maleficios y aojamientos. También los Juanes y Juanas recibían el homenaje doméstico con la construcción de un arco en la puerta de la entrada de la casa, construido con ramas, flores y algún presente o dedicatoria.
*Extraído del libro ‘Nacer en Puntallana. Libro I de Bautismosde San Juan Bautista (1565-1607’ de Horacio Concepción García
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