Curiosidades que quizás desconocías sobre el acueducto más famoso de toda la península

El acueducto más célebre de nuestra geografía

Alberto Gómez

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Si hay un acueducto célebre en toda nuestra geografía y del que todo el mundo conoce su localización, ese es el acueducto de Segovia, una obra maestra de la ingeniería antigua y que cualquier persona que se acerque a estudiarlo de cerca descubrirá que está lleno de detalles fascinantes.

Entre las numerosas anécdotas de su construcción, sus detalles que pueden pasar desapercibidos o parte de su propia y espectacular historia, aquí te dejamos cinco de las curiosidades más sorprendentes de esta obra de más de dos mil años de antigüedad.

Sin argamasa

Quizás la característica más asombrosa de semejante obra arquitectónica es que sus enormes sillares de granito, algunos de hasta seis pies de longitud, están colocados uno sobre otro sin ningún tipo de mezcla de cal, argamasa, arena o betún que los una.

Viajeros ilustres a lo largo de los siglos, como Pedro Medina, Navagero, Valdés, el Duque de San Simón, Ponz, Basarte y Laborde, quedaron impresionados por esta cualidad, una unión de piedras tan exacta que parece incomprensible cómo pudieron ajustarse tan estrechamente. Se trata de una técnica heredada de los griegos y que ha permitido a la estructura resistir durante casi dos milenios.

La leyenda del diablo

Una de las historias más populares y curiosas sobre el acueducto es la leyenda que atribuye su edificación al diablo. Según esta leyenda, una muchacha aguadora, cansada de cargar cántaros de agua por las empinadas calles de Segovia, hizo un pacto con el diablo: él construiría el acueducto antes de que cantara el gallo a cambio de su alma.

Aunque el diablo casi lo logró, se le olvidó colocar una sola piedra antes del canto del gallo, perdiendo así el alma de la muchacha. Los segovianos, tras rociar los arcos con agua bendita, aceptaron la obra. Se dice que los agujeros que aún se ven en las piedras son las huellas de las pezuñas del demonio.

La “Madre del Agua”

Aunque la imagen más conocida del acueducto es su majestuoso tramo elevado con 167 arcos, una parte significativa de su recorrido es soterrada y era conocida desde la Edad Media como la “Madre del Agua”. Este canal principal subterráneo distribuía el agua por la ciudad, comenzando donde termina la parte aérea, en la plaza del Seminario, y extendiéndose hasta el Alcázar, el punto final del trazado conocido.

Este tramo subterráneo, que tiene una longitud de 1.220 metros, ha sido documentado gracias a controles arqueológicos desde 2002 y su recorrido actual está señalizado con placas de bronce en el pavimento.

Servicio 2.000 años

El acueducto de Segovia ha prestado servicio a la ciudad de forma continuada hasta el primer tercio del siglo XX. A pesar de las invasiones de bárbaros y sarracenos, las guerras, terremotos, y los estragos de los siglos, se mantuvo firme y siguió cumpliendo su función primaria de llevar agua. De hecho, podría seguir llevando agua rodada y libre, aunque en tiempos más recientes se le añadió una tubería con agua a presión en su parte superior y otra enterrada.

Inscripciones imperiales

A pesar de su monumentalidad, no se tenía una filiación clara de su autoría romana por la falta de inscripciones visibles. Sin embargo, el acueducto tenía inscripciones dedicatorias en bronce en los dos frentes de la cartela o sotabanco de los pilares centrales, donde hoy solo quedan los agujeros de sus anclajes. Pero los expertos han logrado reconstituir la posible inscripción, revelando que podría haberse dedicado a Ti. Claudius (Tiberio Claudio), con sus dignidades de Pontífice Máximo, Cónsul, y Potestad Tribunicia, y la frase “OMNIUM FECIT” (“lo hizo todo”).

Otra lectura más reciente sugiere que fueron los magistrados locales Mummio Mummiano y Fabio Tauro quienes, por orden del emperador Trajano, repararon una construcción original de algún emperador Flavio, probablemente Domiciano. Este trabajo arqueológico permitió asignar una fecha probable de construcción a finales del siglo I d.C. o principios del II.

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