Razón tienes, corazón

Hace un par de semanas se celebró un congreso sobre el teatro de Calderón de la Barca en el monasterio de San Millán de la Cogolla (La Rioja, 27-30 de mayo). Esta Calderón-manía podría pillar a alguien por sorpresa, pero espero que no demasiado: hay cervantistas, lopistas, quevedistas y otras muchas especies siglodoristas en el mundo académico. Don Pedro nació en 1600 y murió en 1681, lo que quiere decir que no iba a tocar ningún centenario en mucho tiempo. Así, varias instituciones organizaron el encuentro Astro, exhalación, prodigio: el gran teatro de Calderón en el lugar donde aparecieron las glosas emilianenses. Porque esto va de palabras y de lengua (aunque no solo).
La investigación sobre el dramaturgo es abundante, todavía, y vigorosa. Y eso que no sirve de nada. ¿Cuántas vidas salva estudiar a Calderón? ¿Cuántas guerras se han detenido en su nombre, cuántos fármacos han inventado los calderonistas? No se trata de predicar sobre la utilidad de lo inútil: hay algo en cualquier ámbito del saber que engancha a quien empieza a descubrirlo, que fascina. Y Calderón no se te acaba (“Razón tienes, corazón”, dice en una de sus comedias). Como me comentó una matemática hace poco: “A mí me interesa todo”. Claro, que poco antes me dijo: “Me encantan las matemáticas porque son verdad. Porque son la verdad”. Y yo pensé en un magnífico título de Calderón: En la vida todo es verdad y todo mentira. Pero no abrí la boca, porque ya lo dice otra de sus obras: No hay cosa como callar.
Salvo alguna excepción, a Calderón lo trajeron a la modernidad los hispanistas alemanes e ingleses a lo largo del siglo XX. Los congresos de 1981 y del 2000 (coincidiendo, estos sí, con los debidos centenarios) fijaron nuevos temas e interpretaciones que le quitaban la caspa y la sombra a un dramaturgo que parecía estar en las antípodas del Lope más bullanguero. Un testigo bien informado contó que el centenario de 1981 no estuvo exento de polémica. Háganse cargo: meses después del 23F y con el país en un ay, recordar por todo lo alto a Calderón podía parecer un apoyo a los golpistas, un festejo retrógado del dogma. Así que algunas instituciones retiraron su aval a la cita y otras, directamente, trataron de dificultar su celebración. Por otro lado, varios nombres de altura intervinieron para garantizar que se desarrollase con éxito. Es decir, que la visibilidad de un encuentro sobre Calderón de la Barca en 1981 fue una pequeña cuestión de Estado.
El alcalde Tierno Galván, el mismo de “quien no esté colocado que se coloque y al loro”, apoyó el encuentro y quiso además presentar una comunicación en el mismo. Las ponencias plenarias (las importantes) ya estaban asignadas a investigadores de renombre y no se le podía encontrar al alcalde de la villa y corte de Madrid un lugar de honor en un programa ya muy apretado. No pareció importarle: asistió a varias conferencias y presentó su reflexión sobre “El principio de autoridad en el barroco español” en una mesa ordinaria (aunque imagino que muy concurrida). Me dirán que no es para tanto. Bueno, todos sabemos que las autoridades nunca sacan tiempo para quedarse en los congresos, ni siquiera los cargos universitarios: inauguran, foto y se van. No se trata ahora de canonizar a Tierno Galván, porque para qué, pero hay algo elegante en estos gestos anacrónicos. Algo que deja un aroma diferente en el recuerdo. Quiero traer aquí una frase muy sugerente de su texto, recogido en las actas del congreso: “La voluntad de ser santo atraviesa, aunque sea solo en forma de deseo, el Siglo de Oro español”.
No se trata ahora de canonizar a Tierno Galván, porque para qué, pero hay algo elegante en estos gestos anacrónicos
Porque sin duda también hay una querencia por lo divino en Calderón; en San Millán se presentó una ponencia en torno a una acotación frecuente en los autos sacramentales: “Córrese una cortina”. Esta indicación escenográfica no hacía referencia al telón que se usa en los teatros a la italiana, sino más bien a un velo que cubriría el fondo del tablado. Ese espacio era el de las apariencias, el de los efectos especiales... y el de lo sagrado. Me pasé toda esa noche pensando en la cortina, en los ángeles que en los cuadros e iglesias de todo el mundo están corriendo y descorriendo velos y cortinas, incansables, para mostrar u ocultar la gloria divina. Pensé también en la gracia, tan vinculada a la redención, pero también al ámbito de la comicidad en el teatro barroco. Porque se habló muchísimo del Calderón que ríe, el de la comedia ligera o el entremés. Imagino que cada vez que se abre la cortina, en sus obras, puede aparecer algo distinto: una custodia, una fórmula matemática de las que podría haber usado Basilio en La vida es sueño o el gracioso Juan Rana. Depende del Calderón que elijamos, supongo. Y es que siempre andamos moviéndonos en esa distancia, en Lo que va del hombre a Dios.
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