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Palabras Clave es el espacio de opinión, análisis y reflexión de eldiario.es Castilla-La Mancha, un punto de encuentro y participación colectiva.

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Viaje por tierras hondas

Foto: Daniel Díaz Trigo

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Tenía una retahíla de citas para hoy, pero los maestros se quedan en silencio muy a menudo; su misión en realidad es desconcertarnos, desconcertar es también una fuente de conocimiento, de ahí a desordenar, descolocar, transcender. Hay otros caminos entre sombras para llegar al sol. “No hay testimonio más fuerte que el silencio”, dice Walter Benjamín, a la que uní, de la misma manera que dos cabos sueltos se pueden atar, gracias a un nudo de rizo, esta de Canetti: “Una sociedad en la que cada persona le enseña a hablar a un animal; luego el animal habla por todas ellas, y cada uno enmudece. Ahí quedaba la posibilidad de la grandeza de un día vulgar y abrasador”.

Debido al calor, escribía de noche a oscuras, se dejaba llevar por la mano, no veía los signos hasta el día siguiente: las flores en el fuego no arden. Sin ver los signos: así he andado algunas noches hasta ver la luz del río. Uno me decía que quemarse no es lo mismo que arder. Si no vemos las llamas, no hay fuego. Durante la siesta, en el sueño nunca llueve, y nunca se quema o arde algo.

Amaba rostros, y luego voces. Voces que recordaba mucho después de que hubieran desaparecido los rostros. Las aguas duras saben a ti, pero un día, allí, mientras llovía, dejé que un vaso se llenara. En tal pueblo, no hace mucho, yendo hacia el no lugar en una peluquería, la oí decir todas las noches al cerrar: lo quemo todo. Oí, oí, se lo oí a otro, que así crecía más rápido tu pelo. Y a otro, un poco más allá: dígale a la vida poco o nada, para que sea la vida misma quien lo diga.

Frenazo en seco de la vida, ante, ante la ¿nada? El impulso de la frenada. En punto muerto el coche avanza por el camino de tierra hasta el vado. Al menos pudiste quemar tus manos en el agua. Después solo te quedaba decir, grabar en un aparato tu voz solar. Frenazo en seco tras la curva, ante el animal que cruza la carretera por sorpresa, ya cerca de Alia, camino de las Villuercas. La aparición te da impulso. Ante una fuerza mayor solo puedes ofrecer la resistencia de la visión poética en tus ojos. Jabalíes, corzos, o ciervos, los ojos iluminados de noche como si hubiera un sol en ellos. No sé por qué ahora me viene de golpe una frase de Jaspers: “Con cada discípulo alimenta uno a una serpiente”.

Aman a perros, les ponen nombres muy bobos. Aman a sus perros más que a otros hombres. Después odian profundamente a quien no ama a sus perros. Has cruzado una puerta canadiense, así queda todo abierto. El final del libro es el principio de la existencia.

Nadaba más que vivía. Al salir del agua se tumbaba en la hierba, su bañador era negro, su mirada azul. Contener la existencia como un pequeño río con el que vas a regar tus ensoñaciones. De un baño el verano pasado en el Guadarranque, aguas abajo de Navatrasierra.

Con la luz aparece la forma; en la oscuridad la fuerza engendradora, me dijo él una vez.

Espero sentado en una piedra el paso de una carrera popular, apenas unas cintas de plástico atadas a algunas ramas señalizan el circuito, por lo que algunos corredores separados del grupo, anhelando llegar antes, o cegados por la respiración y el esfuerzo bajo el sol, podrían perderse por los campos. Quizás a eso animo a que algunos se pierdan para ganar la gloria azul, en un silencio de muchos años. La paz ahora, aun la paz del lugar en mí. Si le transfiriera ahora esta ligera angustia, esta zozobra azul que hay dentro, yo mismo saldría corriendo hacia el no lugar pero todo es previsible, hasta yo, sentado en esta piedra mocha, que alguien pintó de blanco, para que se vea en la noche, y arda al mediodía como el flúor. Los veremos pasar, corriendo bajo el sol. Luego nos levantaremos, y nos iremos despacio hasta desaparecer.

Muguetes al borde del camino, campos de colza, el amarillo del sol. Donde antes hubo extensiones de cereal, el amarillo de la soledad. También lo llaman mar, un mar de… Parece que el mar está en todo, mar, nunca océano; mar de leche, mar de olivos, mar de aquello que no sé.

Quizás porque el mar abandonó estas extensiones, nos abandonó a cada uno, y ahora, tiempo de muguetes, aquí, al borde del camino. Muguetes o lirios del valle. La conquista de la felicidad puede ser venenosa, flores blancas iluminadas en la noche. Atrae pintar de blanco ciertas piedras. Una luz que no viene del fuego. Obsolescencia del amor, como las flores, su duración. Ya sabes lo que pasa, no hace falta explicarlo, se sabe, todos lo saben.

Ella tocaba todos los días en su piano el Heavenly life de Mahler, y jamás se repitió, cada día era como si lo tocase por primera vez. A eso lo llamaba el cultivo de la eternidad. Al relatar el paso del tiempo ayudándonos en la contemplación de los árboles, o en la ligereza del paisaje, y de ciertos fenómenos de la naturaleza, no hacemos más que la red que tenderemos entre las dos orillas de un río. ¿Qué queda en ella atrapado más que algas y hierbas? El vértigo de la velocidad desaparece, ni siquiera te erosiona el amor “del ahora en el nunca” Al día siguiente todo está igual y en su sitio. Es poderosa la carga, porque ella te eleva.

Cuando caminas, solo hay continuación, absurdo es contar los pasos, las distancias; si no sabes hacia dónde vas no hay cansancio, y en ese no saber hacia dónde, el animal te sigue porque huele tu silencio.

La durabilidad de la vida, ya estuve muerto antes de nacer y el muerto que fui nunca contó su último sueño para no destruirlo y aferrarse a ello.

Le iban saliendo palabras por diferentes partes del cuerpo y se las arrancaba como pústulas.

Ponía demasiada fuerza en no gravitar, o caminar sin levantar polvo. Hay una gran oquedad revestida, la necesitabas para hablar. Un hombre al que hubieran condenado a hablar sin cesar hasta el final de sus días y así alejar a la muerte.

Se extraña de todo y de lo que no se extraña se lo come.

Viajes a la tierra natal. ¿Pero dónde estaba exactamente la tierra natal? ¿Por dónde iría hacia ella? Parecía alejarme cada vez más, y el esfuerzo por acercarme o encaminarme era un esfuerzo contra las fuerzas mismas; a veces succionado, otras impulsado o repelido. Un consejo decía: no hables del lugar al que te diriges, no desveles tu alma como cuando arrancas de repente la tela que envuelve un objeto escondido. No nombres la tierra natal. Otro decía lo contrario. Si la nombras, si dices que vas hacia ella, y no dejas de nombrarla es que ya estás en ella. Ninguno de los dos consejos me supo a algo verdadero.

Habría sido el acto de toda una vida, toda una existencia se habría entregado a este regreso hacia la tierra natal. Cada encaminarse, cada recorrido, cada esfuerzo no habría sido más que eso. La proximidad lejana, la apropiación expropiada, el gozo que sale al encuentro, y al rehusar de ello, pues retornar a la tierra no es ir al suelo de lo idéntico, sino levantar el misterio de un gozo. Pero aún no tenía tumba allí, no sabía exactamente dónde se encontraba la tierra natal.

Prefería estar perdido en la nieve que en los años.

Para inventar una palabra debía destruir muchas.

Portalones de la sabiduría que cierra el viento.

El lenguaje de la desolación, lo desolado, un paisaje de luz quieta, un eterno mediodía por donde el hombre vaga hacia ningún lugar.

El silencio de alambre de algunas almas.

Olas erosionando el presente. Hoja en blanco.

“Quien escribe se expone a toda clase de peligros: la lista es muy larga”, escribió Adam Zagajewski.

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