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A estas alturas de campaña, nos encontramos ya en plena cosecha de los cereales de invierno. Se trata de uno de los momentos del año más importantes para nuestro sector agrario. Es cuando se recoge el fruto de las siembras del pasado otoño, la actividad que viene marcando nuestros relojes estacionales desde hace siglos.
Dice una estrofa de la zarzuela 'La Rosa del Azafrán', en la conocida como 'La Canción del Sembrador', esa que podemos considerar -con mucho criterio en mi opinión- himno no oficial de Castilla-La Mancha, aquello de “…sembrador, que has puesto en la besana tu amor, la espiga de mañana será tu recompensa mejor”.
Tal cual, así para nuestros agricultores, con sus siembras de cereal, como para todos, en cualquier momento, a lo largo de nuestra vida. Hay pocas metáforas tan certeras como esta. Conviene tener siempre presente que hay que sembrar, para poder recoger, que la paciencia es una virtud inmensa y que el trabajo bien hecho suele dar sus frutos.
Pero en ocasiones, no basta con sembrar, cuidar la simiente y ejercitar la paciencia.
Me acuerdo hoy, al escribir esta columna, de tantos agricultores, cerealistas, que confiaron en mejores precios para su cebada o su trigo, cuando los sembraron y que, ahora, al recoger el grano, en el fin de la primavera o el inicio del verano, se encuentran con precios muy bajos.
Esta campaña está siendo muy complicada. La producción esperada, unos 25 millones de toneladas, según las previsiones de Cooperativas Agroalimentarias, es un 15% más que la campaña anterior y nada menos que un 143% superior a la, históricamente baja, campaña de 2023. Coincide, además, con unos mercados mundiales -en los que, desde nuestra “pequeña” producción (en comparación con alrededor de 2.750 millones de toneladas en todo el mundo) y escaso tamaño empresarial no somos capaces de influir- en los que la oferta es grande, lo que ha hecho que los precios caigan por debajo de los mínimos de rentabilidad que esperan -y merecen- nuestros agricultores.
No es fácil la diferenciación en el sector de los cereales, donde las variedades son las mismas en todo el mundo y grandes productores, como Ucrania o Canadá, por ejemplo, inundan los puertos y mercados de todo el planeta. El tamaño, sin duda, importa. El de las explotaciones, y el de las estructuras comerciales, ambas pequeñas en España en comparación a las de los grandes países productores.
El coste de producción de una tonelada de cereal es, además, mucho más alto en Europa, por causas como menores rendimientos productivos, mayores costes laborales, de medios de producción o condicionantes medioambientales.
Por ello, de alguna forma, nació la Política Agraria Común (PAC); para compensar la renta de los productores europeos y hacerlos competitivos. Hoy, después de algunas décadas, la PAC sigue siendo muy necesaria, y las ayudas deben servir para aumentar la renta de los agricultores, de manera especial para nuestros cerealistas que sufren, muchas campañas, los bajos precios de los mercados mundiales.
Ahora que nos adentramos en una nueva negociación sobre la PAC, conviene recordar la importancia de la misma para un sector como el del cereal, en el que la renta de nuestros agricultores se compensa, o se debería compensar, con las ayudas.
Sembremos una buena PAC. Es una oportunidad para hacerlo bien. Y sigamos cosechando cada año, cumpliendo con el ciclo de las estaciones que, siempre fieles a su cita, se encargan de recordarnos nuestros agricultores, con su trabajo diario.
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