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Un dedo neandertal dejó en España la huella humana más antigua conocida, con 43.000 años de antigüedad

El pigmento aplicado, traído desde otro lugar, y la elección precisa del lugar para depositarlo apuntan a una intervención consciente

Héctor Farrés

12 de junio de 2025 13:58 h

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Un dedo manchado de rojo se acercó con cuidado a la piedra. No buscaba herirla, ni tallarla, ni extraer de ella herramienta alguna. Solo quería dejar rastro. Dejar constancia de su paso, aunque no fuera nadie, aunque no supiera si allí, en algún momento de la historia, volvería a haber nadie más. Ese impulso de marcar su existencia quedó plasmado para siempre en un canto rodado hallado en Segovia.

Una piedra manchada de rojo que confirma capacidades mentales complejas

El fragmento, analizado por arqueólogos y científicos forenses, contiene lo que se ha identificado como la huella humana más antigua conocida. El equipo determinó que fue un neandertal quien, hace unos 43.000 años, impregnó su dedo en pigmento rojo y presionó contra la piedra justo donde se insinuaba una forma que podría recordar a un rostro. La intervención fue mínima, pero firme. El pigmento, compuesto por óxidos de hierro y minerales arcillosos, no se encontraba en el entorno de la cueva, lo que demuestra que fue transportado a propósito desde otro lugar.

La piedra no muestra señales de uso funcional, ni golpes, ni desgaste. Tampoco forma parte de un conjunto más amplio de artefactos simbólicos. Está sola. Pero no es un objeto cualquiera. Según han explicado los investigadores en la revista Archaeological and Anthropological Sciences, el hallazgo respalda la hipótesis de que los neandertales ya poseían pensamiento simbólico y capacidades abstractas similares a las del Homo sapiens.

A juicio de los autores, la selección del objeto, su transporte, el uso de un pigmento externo y la decisión de aplicarlo sobre una forma concreta implican varios procesos mentales complejos que se asocian con el arte.

Una de las responsables del estudio, en representación del equipo multidisciplinar que incluye a la Universidad Complutense, el IGME-CSIC, la Universidad de Salamanca y la Policía Científica, ha señalado que “el pigmento aplicado con el dedo corresponde a ocre rojo fresco y se depositó de manera precisa”. El rastro se localiza exactamente donde estaría la nariz si el canto rodado se interpreta como un rostro humanoide. Ese fenómeno, conocido como pareidolia, consiste en percibir figuras reconocibles en elementos naturales sin forma definida.

La ciencia confirma que no fue un accidente ni una alteración posterior

El análisis técnico incluyó escaneado en tres dimensiones, microscopía electrónica y espectroscopía multiespectral. Gracias a estas técnicas, los investigadores descartaron cualquier origen accidental o geológico del punto pigmentado. También se excluyó que pudiera deberse al contacto con un animal o a una alteración posterior. La impresión tiene la curvatura, la disposición y las características que solo puede producir un dedo humano.

En palabras del arqueólogo David Álvarez Alonso, que participó en el estudio, “si este objeto tuviera 5.000 años, nadie dudaría en calificarlo como arte portátil”. Pero al estar asociado a un individuo neandertal, el debate se reabre. Se trata de una pieza única dentro del registro arqueológico europeo, sin paralelos conocidos. Aunque no se pueda confirmar su función original, su singularidad refuerza la idea de una intención simbólica.

Los restos fueron encontrados en San Lázaro, a las afueras de Segovia, en una zona con materiales asociados al Paleolítico Medio. El contexto geológico, la posición del objeto y su asociación con herramientas neandertales permitieron datar su depósito mucho antes de la llegada de los humanos modernos a la región. El hallazgo, por tanto, pertenece al tramo final de presencia neandertal en la península.

Más allá del valor físico de la piedra, lo que se pone en cuestión con este descubrimiento es una idea que ha persistido durante décadas: que los neandertales carecían de lenguaje simbólico o pensamiento abstracto. La evidencia apunta en otra dirección. En lugar de una especie tosca y limitada, emerge una imagen mucho más compleja, con capacidad para mirar una forma natural, interpretarla como algo más y decidir intervenirla.

Esa capacidad de atribuir sentido, de transformar una piedra en un objeto con carga simbólica, es una manifestación directa del pensamiento humano. Por eso, aunque el gesto fuera simple y el resultado mínimo, el acto de dejar esa marca sigue revelando algo esencial: el deseo de perdurar más allá del momento.

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